El legendario inversionista Warren Buffett dice que la decisión más importante de tu vida es con quién decidís compartirla. En la misma línea, el periodista David Brooks dice que una vida llena de frustraciones profesionales y dificultades económicas, pero con un amor significativo al lado, tiene muchas más probabilidades de haber sido una vida feliz que lo contrario. Para la mayoría de las personas el dinero, el poder y el prestigio sirven de poco para generar felicidad sin alguien al lado con quien compartirlo. O, en otras palabras, lo que hoy ocurre en Tinder o Bumble es más importante a largo plazo para nuestra vida que lo que pase en Linkedin. �

Por esa razón en mi última columna quise volver cinco años después sobre cómo nos ayuda o perjudica la tecnología a la hora de tomar la decisión más importante de nuestras vidas.  Como suele suceder, la respuesta no es una cuestión de blanco o negro sino de apreciar los matices de gris. Por un lado, las aplicaciones de citas han ampliado mucho las opciones disponibles para que busques pareja. Por otro lado, ¡su modelo de negocio consiste en que busques pareja, no en que la encuentres! 

En la columna de hace cinco años conté como una idea hermosa de un grupo de nerds de Harvard para ayudarnos a encontrar la persona ideal se había transformado en una picadora de carne donde lo único que importaba era la apariencia física y los indicadores de status. Ese énfasis en lo superficial promovía relaciones frágiles y fugaces, y que vuelvas a la aplicación por más. Pero en este período la cosa cambió... ¡para peor!